Kafka soñaba con ser el elegido, amado
siempre a su pesar, “ven, siéntate a mi diestra”. Dame tu verbo. Créame. Sé que no te perderá
una blusa blanca.
¿Wilde? Tonto, tonto, tonto. Mira
que obnubilarte por aquel niño rubio… Era un poco efebo, cierto. Pero ¿qué
sería de él sin ti? Sólo tú lo creaste, lo creíste y tanto amaste tu obra que te entregaste a ella. Fue tu perdición. Caprichoso Wilde, te
dejaste cegar por los destellos de la luz sobre tu vajilla azul.