viernes, 17 de febrero de 2012

POSTMODERNO VA/DE RETRO



Iba a escribir un cuento en el que a un más que mediocre ajedrecista se le ocurría la peregrina y lucrativa idea de registrar los movimientos de sus partidas en la propiedad intelectual después de haberse conchabado con ideólogos papanatas que se ganan los bogavantes en la prensa que estruja palabras y con los tenderos de cosas escritas, lo que generaba una sucesión de absurdos y ridiculeces sin fin, cuando me entero de que la pingüe genialidad ya se le había ocurrido a Lasker. Está visto que no hay nada nuevo bajo el sol.



[No, este hombre no es Joseph Roth, ni el borrachín de su barrio, ni usted mismo: es Emanuel Lasker. Y la imagen la he cogido de aquí: http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Bundesarchiv_Bild_102-00457,_Emanuel_Lasker.jpg. Y esta es la fuente u origen de la imagen: Deutsches Bundesarchiv (German Federal Archive). Y que quede claro que toda esta peña ni me respalda ni respalda el uso que hago del trabajo. ¡QUE CONSTE QUE NO ME RESPALDAN, QUE NO!]

Que la mediocridad, cuando no la absoluta nulidad, se disfraza de propio y legítimo derecho y defensa de los derechos ajenos para rascar las heces de su interés pecuniario, lo sabemos todos. La tontería se mueve en estampida. Hace un par de días estaba buscando la fotografía de un geranio para poner en este  blog y, claro, voy al buscador de imágenes de Google, y de ahí voy a la Wikipedia, y ahí entro en Wikimedia Commons, y, en efecto, encuentro una fotografía sin calidad, burda, mezquina, hecha, sin duda, por un menda aburrido pero armado de una sencilla cámara digital o de su mismísimo móvil. Me digo que voy a usar esa imagen, claro, porque así no me meteré en líos, porque es imposible que de “eso” nadie reclame derechos de autor… ¿Les cuento el final de esta historia? Casi tuvieron que llevarme a urgencias, pero ¿cómo explicarle al médico de turno que mi mal radica en ciertas ideas que tengo acerca de la cultura, el arte, el autor, la obra, los derechos, el raquitismo intelectual y la estupidez legal?

Gracias a que no recibí atención médica, en aquel estado de aturdimiento recibí una iluminación tan pasajera como peregrina que me llevó a comprender que los antiguos eran infinitamente más tontos que nosotros.

Para empezar, los antiguos no tenían ni televisión ni Internet. Y a la vista están los resultados, ese museo de objetos, palabras e ideas rotas, inservibles, obsoletas. Sólo en pueblos sin Internet puede nacer quien invente la rueda y no le ponga copyright con el que sus herederos puedan vivir del cuento. No quiero imaginarme el oprobio físico y financiero que habría padecido Duchamp cuando los herederos del inventor de la rueda vieran esto:



[Helo aquí, vía buscador de imágenes de Google: http://arcadia-a.blogspot.com/2006/12/ready-mades-el-objeto-anestesiado.html]

Vieran esto y se enterasen de que Duchamp no había pagado derechos por el uso de la rueda.

¿Y qué sería hoy del pobre Max Ernst? Un autor que hace collages está condenado a ser constantemente denunciado por quitar el pan de la boca a los herederos de la propiedad intelectual. Fíjense en esta imagen de Paramyths:




Aquí, Ernst no sólo podía haber sido denunciado por los herederos de los derechos de autor del escultor de la Venus de Milo, sino por los herederos de los derechos de autor del libro de Thomas Bulfinch The Age of Fable (de donde extrae la imagen que luego retoca) quien a su vez podía haber sido denunciado por los ya mencionados herederos de los derechos de autor del escultor de la Venus de Milo.

Y en ese rapto de enajenación estuve a punto de comprender las arcanas relaciones postmodernas entre lógica y cinismo, entre monstruosidad y puritanismo, entre copia de la copia y copia de la copia de la copia. Incluso estuve en un tris de comprender la relación de todo esto con las palabras de Houellebecq que Arrabal recoge en ¡Houellebecq!:

“Podemos chotearnos hablando de monjas, de pollas, de ojos arrancados, de ‘sidaicos’. Es posible dar por culo a la Virgen en una novela. Pero hay un límite que no podemos franquear: Atacar a un grupo financiero internacional a través de uno de sus productos… ¿Nos atreveríamos a escribir?”:

“Antes de lamer el culo a las niñas a las que acababa de capturar, Marc rociaba sus anos con yogur líquido DANONE. Había probado con YOPLAIT o con CHAMBOURCY, pero no: la acidez era demasiado pronunciada. El gusto que daba a las secreciones anales carecía de finura; y todos sus amigos pedófilos opinaban como él. Para sus ‘gang-bang’ de niñas, Marc permanecía rotundamente fiel a DANONE”.[1]

Pero, tristemente, el tris se me fue y con él también la oportunidad de disentir con Houellebecq a no ser que concediese que no hay mayor grupo financiero internacional que el movido por el mecanismo de la herencia.


[1] ARRABAL, Fernando. ¡Houellebecq!. Madrid: Hijos de Muley Rubio, 2005, p. 47.

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