Iba a escribir un cuento en el
que a un más que mediocre ajedrecista se le ocurría la peregrina y lucrativa idea
de registrar los movimientos de sus partidas en la propiedad intelectual
después de haberse conchabado con ideólogos papanatas que se ganan los
bogavantes en la prensa que estruja palabras y con los tenderos de cosas
escritas, lo que generaba una sucesión de absurdos y ridiculeces sin fin,
cuando me entero de que la pingüe genialidad ya se le había ocurrido a Lasker.
Está visto que no hay nada nuevo bajo el sol.
[No, este hombre no es Joseph Roth, ni
el borrachín de su barrio, ni usted mismo: es Emanuel Lasker. Y la imagen la he
cogido de aquí: http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Bundesarchiv_Bild_102-00457,_Emanuel_Lasker.jpg. Y esta es la fuente u origen de la
imagen: Deutsches Bundesarchiv (German Federal Archive). Y que quede claro que
toda esta peña ni me respalda ni respalda el uso que hago del trabajo. ¡QUE
CONSTE QUE NO ME RESPALDAN, QUE NO!]
Que la mediocridad, cuando no
la absoluta nulidad, se disfraza de propio y legítimo derecho y defensa de los
derechos ajenos para rascar las heces de su interés pecuniario, lo sabemos
todos. La tontería se mueve en estampida. Hace un par de días estaba buscando
la fotografía de un geranio para poner en este blog y, claro, voy al buscador de imágenes de Google, y de ahí voy a la Wikipedia, y
ahí entro en Wikimedia Commons, y, en efecto, encuentro una fotografía sin
calidad, burda, mezquina, hecha, sin duda, por un menda aburrido pero armado de
una sencilla cámara digital o de su mismísimo móvil. Me digo que voy a usar esa
imagen, claro, porque así no me meteré en líos, porque es imposible que de
“eso” nadie reclame derechos de autor… ¿Les cuento el final de esta historia?
Casi tuvieron que llevarme a urgencias, pero ¿cómo explicarle al médico de
turno que mi mal radica en ciertas ideas que tengo acerca de la cultura, el
arte, el autor, la obra, los derechos, el raquitismo intelectual y la estupidez
legal?
Gracias a que no recibí
atención médica, en aquel estado de aturdimiento recibí una iluminación tan
pasajera como peregrina que me llevó a comprender que los antiguos eran
infinitamente más tontos que nosotros.
Para empezar, los antiguos no
tenían ni televisión ni Internet. Y a la vista están los resultados, ese museo
de objetos, palabras e ideas rotas, inservibles, obsoletas. Sólo en pueblos sin
Internet puede nacer quien invente la rueda y no le ponga copyright con el que sus herederos puedan vivir del cuento. No
quiero imaginarme el oprobio físico y financiero que habría padecido Duchamp
cuando los herederos del inventor de la rueda vieran esto:
[Helo aquí, vía buscador de imágenes de
Google: http://arcadia-a.blogspot.com/2006/12/ready-mades-el-objeto-anestesiado.html]
Vieran esto y se enterasen de
que Duchamp no había pagado derechos por el uso de la rueda.
¿Y qué sería hoy del pobre Max
Ernst? Un autor que hace collages
está condenado a ser constantemente denunciado por quitar el pan de la boca a
los herederos de la propiedad intelectual. Fíjense en esta imagen de Paramyths:
[Imagen que llega hasta aquí, vía Google, desde la
página http://auroraelibri.com/index.php?title=ERNST%2C_Max._Paramythes._Le_Point_Cardinal%2C_Paris%2C_1967._Rare_illustr%C3%A9._Surr%C3%A9alisme.]
Aquí, Ernst no sólo podía
haber sido denunciado por los herederos de los derechos de autor del escultor
de la Venus de Milo, sino por los herederos de los derechos de autor del libro
de Thomas Bulfinch The Age of Fable (de
donde extrae la imagen que luego retoca) quien a su vez podía haber sido
denunciado por los ya mencionados herederos de los derechos de autor del
escultor de la Venus de Milo.
Y en ese rapto de enajenación
estuve a punto de comprender las arcanas relaciones postmodernas entre lógica y
cinismo, entre monstruosidad y puritanismo, entre copia de la copia y copia de
la copia de la copia. Incluso estuve en un tris de comprender la relación de
todo esto con las palabras de Houellebecq que Arrabal recoge en ¡Houellebecq!:
“Podemos
chotearnos hablando de monjas, de pollas, de ojos arrancados, de ‘sidaicos’. Es
posible dar por culo a la Virgen en una novela. Pero hay un límite que no
podemos franquear: Atacar a un grupo financiero internacional a través de uno
de sus productos… ¿Nos atreveríamos a escribir?”:
“Antes
de lamer el culo a las niñas a las que acababa de capturar, Marc rociaba sus
anos con yogur líquido DANONE. Había probado con YOPLAIT o con CHAMBOURCY, pero
no: la acidez era demasiado pronunciada. El gusto que daba a las secreciones
anales carecía de finura; y todos sus amigos pedófilos opinaban como él. Para
sus ‘gang-bang’ de niñas, Marc permanecía rotundamente fiel a DANONE”.[1]
Pero, tristemente, el tris se
me fue y con él también la oportunidad de disentir con Houellebecq a no ser que
concediese que no hay mayor grupo financiero internacional que el movido por el
mecanismo de la herencia.
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