Porque, en efecto, allí estuvo
en dos ocasiones, en octubre de 1910 y en agosto de 1911, la primera vez en
compañía de los hermanos Brod y en 1911 solo con Max. Hay pruebas, damas y caballeros.
En los diarios de viaje de agosto-septiembre de 1911, durante su segunda visita
a la Ciudad de la Luz Kafka recuerda la primera: “Recuerdo del retrete
amenazado por el tráfico delante de Saint Roche en París”[1].
Esto del tráfico le chiflaba
bastante. Gracias a eso tenemos la entrada del lunes 11 de septiembre de 1911
en la que describe el accidente, del que fue testigo, entre un automovilista y
un triciclo. Esta entrada del diario vale por un cuento de Kafka, lo que una
vez más nos hace pensar que el creador se limita a observar, y que aunque Kafka
hable de retretes lo hará de manera genial, pues para él la atención era la
religión del hombre.
[París, burdeles racionales, la comedia francesa, la Torre Infiel… ¡Y las orejas de
Kafka! Un tema de escándalo]
Pero, en fin, al grano. A
Kafka le chiflaban los automóviles, los aeroplanos, las motos, el cine y
también las barcas de remos, las granjas y hacer fotos a sus hermanas desnudas
mientras hacían saludables ejercicios naturistas. Y le gustan las cándidas
jovencitas y las prostitutas gordinflonas. Es decir, en principio parece que
con tanta polivalencia gustativa Kafka sería un habitante ideal de París. ¿Pero
ustedes se lo imaginan? Yo, sí: visitando el Louvre cuando habían robado la Mona Lisa el 21 de agosto de 1911. No
podía ser de otra manera.
Y es que llega un momento en
el que uno ya no sabe qué es realidad y qué es sueño, porque Kafka soñó, más
tarde, que se quedaba a vivir en París. E incluso se soñó en Nueva York, en El desaparecido, ante una Estatua de la
Libertad con una espada por antorcha en la mano. Pero es que incluso es difícil
imaginarlo en Berlín, salvo como cadáver. Y quizás verlo en París sea incluso
menos complicado que verlo de camarero en Israel en un restaurante que regenta
junto a Dora, cocinera que no sabía cocinar.
En conclusión, con Kafka todo
era posible. Y todo lo contrario.
[1] KAFKA, Franz. Diarios.
Barcelona: DeBolsillo, 2006, p. 583, traducción de Joan Parra y Andrés Sánchez
Pascual.
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