Aquí estás otra vez, Amor,
visita siempre inesperada,
endemoniado ángel de mís días;
aquí llegas de nuevo con tus alas traidoras
por cuyo torvo filo abandonan los hombres
su fe y sus pertenencias.
Funda tu extraño infierno irresistible
en el centro arrasado de mi casa,
y rompe el corazón de los que amo
mientras yo quemo incienso ante tu imagen.
Una vez más quisiera convertirme
en tu obediente siervo, y por lograrlo
me someto a tu imperio en cuerpo y alma.
Pídeme, si te place,
las más indignas pruebas, y contempla
cómo entierro con cal mi libertad,
cómo doy a los perros mis deberes.
Aquí tienes el mundo
que a mi medida alcé para pedirle amparo,
arráncame de él
y clávame en la cruz de tu capricho,
porque alcanzo a saber que no habré de gozarte
si no logro entregar, postrado, mi gobierno.
Caer quiero en tu tierra por merecer el yugo
de quien me hace sentir, mi voluntad quebrando,
el aliento más hondo del dolor,
que es el más hondo aliento de la vida.
Porque sé que no eres generoso,
ni constante, ni noble,
porque conozco bien, Amor,
tus bárbaras costumbres,
la ordalía insensata a que me emplazas,
te maldigo y te ofrezco, una vez más,
mi entusiasmo salvaje, mi voluntad rendida.
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