martes, 10 de enero de 2012

Peluquero Kafka



¿Qué es un peluquero? Básicamente, alguien que conoce nuestra cabeza y a quien pagamos para que nos tome el pelo. Antiguamente existían los bufones, humoristas a quienes se mantenía para que a través de burlas dijesen la verdad, pues sabían de lo que hablaban.

Recuerdan Auto de fe, ¿no? Una cabeza sin mundo, un mundo sin cabeza, un mundo en la cabeza… La novela sobre la relación fractal entre mundo y conciencia, un punto de partida para reflexionar sobre la reflexión y las consecuencias que tiene en el mundo una conciencia que se piensa. Cualquiera que se dedique a la introspección conoce sus peligros, que no son tanto los de la inmovilidad como los de ir a estrellarse sin descanso contra costas plagadas de las sirenas de la propia conciencia, haciendo que se desvanezca el mundo para poblar la mónada de fantasmas más reales que el propio mundo.

Kafka lo sabía. “Mi odio a la observación activa de sí mismo. […] Soportarse a sí mismo con calma, sin precipitarse, vivir como es debido, no andar mordiéndose la cola como los perros” (p. 324). La relación no especular sino de mise en abyme entre mundo y conciencia puede comenzar con la observación de uno mismo ante el espejo, que surte los mismos efectos que dar la vuelta al mundo para conocerse a sí mismo: “Hace un momento he estado mirándome detenidamente al espejo […] y, después de una inspección bastante detenida, me he encontrado mejor de lo que suponía. […] Mi mirada no es desolada […] es más bien una mirada increíblemente enérgica, si bien quizá era simplemente observadora, ya que yo estaba observándome en ese momento y quería infundirme miedo” (p. 327).

Suele pasar que cuando uno se queda a solas consigo mismo desee infundirse miedo para no sentir el miedo que ya se tiene. De ahí, quizás, que la conciencia necesite de otras conciencias para no verse reflejada: “Incapacidad de soportar la vida solo, pero no incapacidad de vivir, todo lo contrario” (p. 300). ¿Qué tenía Kafka en la cabeza?

“El tremendo mundo que tengo en la cabeza. Pero cómo liberarme y liberarlo sin desgarrarme. Y es mil veces preferible desgarrarme que retener o sepultar ese mundo dentro de mí. Para eso estoy aquí, eso es lo que tengo completamente claro” (p. 296).


No a la soledad, no a la introspección, no al mundo en la cabeza. ¿A quién necesitaba Kafka? “29.III 1912. Mi alegría en el cuarto de baño. – Conocimiento gradual. Las tardes que he pasado con mi pelo” (p. 267).

Pues Kafka, como todos nosotros, necesitaba a un experto en su cabeza: un peluquero. Ahora bien, como Kafka no era como todos nosotros, no queda más remedio que admitir que era y sigue siendo nuestro peluquero.

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*Entre paréntesis, las páginas correspondientes a las citas tomadas de KAFKA, Franz. Diarios. Barcelona: DeBolsillo, 2010, traducción de Joan Parra y Andrés Sánchez Pascual.

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