viernes, 20 de enero de 2012

Queridos novios míos, dos puntos


Como ya sabéis, no sé por cuál de los dos decidirme para prescindir de uno de vosotros.

De esto ya hemos hablado bastante, y si no fueseis tan pesados no tendría que verme adoptando esta postura. Que una cosa es que nos veamos un rato y otra muy diferente aguantar más de media hora.

Al no ser capaz de decidirme, opté por poner mi destino, es decir, vuestra suerte, en manos de un grafólogo. Le envié vuestras rúbricas y he aquí sus palabras:
  
“Querida señorita, hace tiempo que no me encontraba con nada semejante. Y me refiero a usted. ¡Qué rostro tan lascivo como angelical, qué ondas expansivas las de su cuerpo! Pero, ¡oh!, es otra cosa la que usted desea de mí. Pues bien, vayamos a la firma.



Estos caracteres no dejan lugar a las dudas. Se trata de un individuo extrovertido donde los haya. Fíjese en esos trazos firmes y gruesos, en esa apretada letra de contundentes líneas. Un hombre vital, es decir, a diferencia de mí mismo, poco de fiar. Me atrevería a sentenciar, por lo malsonante del apellido, que podríamos estar ante un peligroso delincuente, un parásito social de esos que dominan las situaciones gracias a su brutalidad innata. Mis dotes como psicólogo me llevan a concluir que lo más probable es que este energúmeno apenas sepa leer ni escribir, y dudo mucho que le importe (digo a él , no a usted). Esa “k”, esa “f”… Me lo imagino en las ferias sentando en sus rodillas a tiernas niñas para, luego, embaucar a sus candorosas madres. ¡Aléjese de este rijoso hampón! Por si me equivocaba (algo, por lo demás, poco probable) consulté a mi vecina Merchi, echadora de cartas y especialista en cartas astrales. Y me confirmó dos puntos esenciales: uno, no es cartera; y dos, no tiene ni idea de grafología. Cosas ambas que me ratifican en mis opiniones.

Por otra parte (¡las partes que usted tiene y que seguro le tocan, oh!), la siguiente firma resulta tan clara como el origen del universo (para los que sabemos algo de eso, por supuesto).

Fíjese en que apenas hay diferencia de altura entre las mayúsculas y las minúsculas. Fíjese en la caída final de las letras, hundiéndose bajo el renglón. ¡Cómo dudar ante tantas evidencias! Este hombre sufre una profunda depresión que le impide disfrutar de cualquier placer. Por supuesto, no puede apreciarla a usted y a las muchas fuentes de bienestar que emana su corpórea presencia, ¡permítame que se lo diga desde ya! Además, las letras están demasiado separadas entre sí. Este individuo piensa en exceso, se pierde cuando va de una cosa de lo más simple a otra. Su personalidad lo sujeta a los deberes, su supervivencia depende del trabajo y lo más probable es que no tenga más vida que la laboral. ¡Y ese punto final! ¡Cuánta tristeza y mal carácter se esconde en ese zanjar a la brava, sin la más mínima opción a la alegría! Desde luego, tanta contención sólo puede significar una absoluta falta de voluntad, y apostaría lo que fuese a que este sujeto se la pegaría a usted hasta con sus compañeros de trabajo. ¡Mal!

En resumen, querida (porque ya la quiero, fíjese usted) señora, ninguno de estos hombres le conviene a su dulce y apasionado karma. Usted sabrá qué hace, pero yo sólo tengo una esposa, tres amantes, un bono en dos prostíbulos y una suscripción al Penthouse, con lo que la invito a que me ame con toda la exclusividad que conviene a estos atributos”.

Creo que el mensaje es claro, novios míos. Además, acabo de leerme Henry and June, de Anaïs Nin, e igual que ella añadió a su psiquiatra a su lista de fricciones, yo he decidido pasar de todos vosotros y hacerme lesbiana. ¿O no le iba también ese rollo a la Nin, eh?

[Anaïs Nin alrededor de los diecisiete años]

Muaks.

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